miércoles, 6 de mayo de 2009

CHELSEA 1-1 BARÇA

"Pero chuta, joder, chuta". El grito desesperado de millares de aficionados culés, estuvieran en Stamford Bridge o desgañitándose frente al televisor de su casa, llegó sin duda hasta la cabeza de Andrés Iniesta, quien puso todo el alma en el golpeo del balón. Lo rompió, lo descosió, le pegó como nunca lo había hecho con su pierna derecha y desató la locura. "¡Gooooool, Gooooool!", se gritó en el césped, se gritó en el banquillo, se gritó en la calle, se gritó en el bar, se gritó en casa... Con rabia, con lágrimas en los ojos, con alegría. Menudo subidón.

Andrés Iniesta, el futbolista de la palabra dócil, del rostro amable y el gesto humilde, acababa de sacar todo su instinto asesino, lo había puesto en esa pelota que en el minuto 93 llevaba las últimas ilusiones del barcelonismo por estar en la finalísima de del 27 de mayo en Roma, esa pelota que luchaba por mantener vivo el sueño del triplete, en la única pelota que fue entre los tres palos en todo el maldito encuentro.

Desde el banquillo, Pep perdía por un instante el control y se volvía loco en la banda hasta que un 'perro viejo' como Sylvinho tiraba de veteranía y le sugería que hiciera un cambio para finiquitar el partido.

Se lo merecía Guardiola, pero mucho más Iniesta. Por la tremenda paciencia que ha tenido durante muchísimos años en los que quizás no se reconocieron todos sus méritos y por una temporada enorme en la que ha dejado de vivir a la sombra de otros cracks para convertirse en un futbolista único y decisivo. Iniesta, con permiso del gran Messi, ha sido quien más ha tirado del carro en los momentos de debilidad que se han vivido esta campaña. Su hazaña en Londres ya es historia del fútbol.